lunes, 9 de septiembre de 2013

MINKANDÁ , Cap I (clip 4:16,39)

Tengo para mí que cuando a alguien se le muere lo más querido de su mundo y de su vida afronta, velis nolis, un gran problema.
 
Algunos de los lectores de este Blog han expresado su voluntad de conocer algo más de cómo yo intenté vivir aquellos primeros años de la década de los noventa. Pues bien, intentando llenar en parte su curiosidad y jugando a ser un poco literario me atrevería a resumirlos con la palabra que encabeza esta Entrada: minkandá, que significa 'cuadernos' en lingala, una extendida lengua del África subsahariana que estudié durante los dos años que dediqué a prepararme para viajar al África profunda. Un continente que me daba pánico.

Desde niño. Los niños son pequeños pero no imbéciles y yo había visto películas en que percibía toda clase de males sin mezcla de bien alguno para los estúpidos europeos que allí viajaban. El porqué elegí tirarme a ese pozo precisamente resulta una larga y seguramente extraña historia que se me hace casi imposible resumir para no aburriros.

Igual que a algunos les daba por entrar en la legión, a mí me dio por estudiar cosmología en cantidades industriales. Un instante, por favor, que ustedes leen mucho más deprisa de lo que yo escribo: lo sé, quieren ver desde ya una posible conexión entre el fallecimiento anunciado desde varios años antes de Mercedes, mi amada mujer, y mi dedicación a tan rara materia.

He de decir que ya sabía con anterioridad bastante de esa materia, pero ahora estudiaba con la intención de aproximar una respuesta medio decente a una incógnita acuciante. Puesto que desde mi agnosticismo (no beligerante) no encontraba respuesta alguna en el espíritu a la pregunta de qué sería de su cuerpo cuando falleciera al fin y a cuya destrucción progresiva asistía a diario, buscaría una respuesta en la materia.

No se rían, o bueno -mejor pensado- hagan lo que quieran, el caso es que me empapé durante un par de años de astrofísica, química estelar y física cuántica. Una belleza, lo afirmo. Pero en esas estaba cuando además, y por si fuera poco, me dio por mantener una serie de charlas con un filósofo y teólogo prestigioso -que conservo bien transcritas, me permitía grabarlas- y que me hablaba de Ludwig Wittgenstein, Nietzsche y hasta de Richard Harris, el actor protagonista del film Un Hombre Llamado Caballo.

¿Se van ya haciendo una idea de por dónde transitaba yo en aquellos entonces? Quizá no pero un buen día, Andrés -que así se llamaba- va y me espeta:

- Valen estas charlas y teorías, pero si no actúas eres hombre muerto. Quizá la vida te ha grabado en la piel de forma indeleble una marca iniciática, Averigua qué pueda haber detrás de ella. Preséntate en esta dirección. Diles que vas de mi parte.
 
Así fue como me vi sin pensarlo dentro de un Voluntariado de Marginación donde me formaron y destinaron sin consultarme a la escoria de Madrid (sic). La primera vez que acudí -guardo un recuerdo imborrable- me sorprendió sobre todo el olor, mezcla de verdura cocida y lejía. En aquel lugar tenían recogidos a más de cincuenta homeless. Transcurría el año 1991. Aún acudo allí.
 
La cosa se complicó de forma definitiva cuando escuché a Andrés decir que había dado un curso en Kinshasa. Llegué a casa, abrí un atlas y me dije: ahí vas a ir tú.
 
Nota.- A mi regreso monté con un amigo el documental del que he extraído algunos resúmenes que iré mostrando en sucesivas entregas. Fue estrenado en el salón de actos del Colegio Mayor de África en Madrid, que se llenó a rebosar y al que siguió un vivo coloquio e interesante debate entre el público asistente, moderado por especialistas europeos y congoleses. He aquí la primera entrega:
 
 
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