lunes, 30 de septiembre de 2013

Minkandá, cap. XXIII, ¡ NUNCA MÁS ! (clip 3:20,13)

Tengo para mí que

ese mismo rostro que buscaba
no lo encontré:

"... quizá tu amor habite ahora en medio de aquellas gentes,
de aquellas arenas y selvas",
 
me había dicho a mí mismo.


Pero la exacta mirada de aquellos ojos;
la sonrisa misma que confuso aún yo buscaba
allí no estaba.

Encontré miríadas de otros ojos.
Sonrisas tan humanas, [¿dudáis aún? no pienso]
tan dulces como la añorada aquella,
la suya, su mirada !                     [Todavía hoy escondidos
                      entre oscuras estrellas lejanas
                                  sus fulgores cercanos]

Miles de tiernas,
dulces miradas salieron a recibirme
 y ya NUNCA MÁS de mí se separaron.
 
Conmigo viajaron
pegadas al vibrante
gélido acero de alas grises
que me devolvían ya
[ay, qué veloces]
a estos páramos del Norte:
 
 y ... desde aquel añorado entonces,
¡ NUNCA MÁS mi norte !
 
3:26,13

MINKANDÁ, cap I PRESENTACIÓN (clip 4:16,39)

Tengo para mí que cuando a alguien se le muere lo más querido de su mundo y de su vida afronta, velis nolis, un gran problema.
 
Algunos de los lectores de este Blog han expresado su voluntad de conocer algo más de cómo yo intenté vivir aquellos primeros años de la década de los noventa. Pues bien, intentando llenar en parte su curiosidad y jugando a ser un poco literario me atrevería a resumirlos con la palabra que encabeza esta Entrada: minkandá, que significa 'cuadernos' en lingala, una extendida lengua del África subsahariana que estudié durante los dos años que dediqué a prepararme para viajar al África profunda. Un continente que me daba pánico.
 
Desde niño. Los niños son pequeños pero no imbéciles y yo había visto películas en que percibía toda clase de males sin mezcla de bien alguno para los estúpidos europeos que allí viajaban. El porqué elegí tirarme a ese pozo precisamente resulta una larga y seguramente extraña historia que se me hace casi imposible resumir.
 
Igual que a algunos les daba por entrar en la legión, a mí me dio por estudiar cosmología en cantidades industriales. Un instante, por favor, que ustedes leen mucho más deprisa de lo que yo escribo: lo sé, quieren ver desde ya una posible conexión entre el fallecimiento anunciado desde varios años antes de Mercedes, mi amada mujer, y mi dedicación a tan rara materia.
 
He de decir que ya sabía con anterioridad bastante de esa materia, pero ahora estudiaba con la intención de aproximar una respuesta medio decente a una incógnita acuciante. Puesto que desde mi agnosticismo (no beligerante) no encontraba respuesta alguna en el espíritu a la pregunta de qué sería de su cuerpo cuando falleciera al fin y a cuya destrucción progresiva asistía a diario, buscaría una respuesta en la materia.
 
No se rían, o bueno -mejor pensado- hagan lo que quieran, el caso es que me empapé durante un par de años de astrofísica, química estelar y física cuántica. Una belleza, afirmo. Pero en esas estaba cuando además, y por si fuera poco, me dio por mantener una serie de charlas con un filósofo y teólogo prestigioso -que conservo bien transcritas, me permitía grabarlas- y que me hablaba de Ludwig Wittgenstein, Nietzsche y hasta de Richard Harris, el actor protagonista del film Un Hombre Llamado Caballo.
 
¿Se van ya haciendo una idea de por qué vericuetos transitaba yo en aquellos entonces? Quizá no. Pero el caso es que un buen día, Andrés -que así se llamaba- va y me espeta:
 
- Valen estas charlas y teorías, pero si no actúas eres hombre muerto. Quizá la vida te ha grabado en la piel de forma indeleble una marca iniciática. Averigua qué pueda haber detrás de ella. Preséntate en esta dirección. Diles que vas de mi parte.
 
Así fue como me vi sin pensarlo dentro de un Voluntariado de Marginación donde me formaron y destinaron sin consultarme a la escoria de Madrid (sic). La primera vez que acudí -guardo un recuerdo imborrable- me sorprendió sobre todo el olor, mezcla de verdura cocida y lejía. En aquel lugar tenían recogidos a más de cincuenta homeless. Transcurría el año 1991. Aún acudo allí.
 
La cosa se complicó de forma definitiva cuando escuché a Andrés decir de pasada que había dado un curso en Kinshasa. Llegué a casa, abrí un atlas y me dije: ahí vas a ir tú, quizá tu amor habita ahora en medio de aquellas gentes, de aquellas arenas y selvas ...
 
 
Nota.- A mi regreso monté con un amigo el documental del que he extraído algunos resúmenes que iré mostrando en sucesivas entregas. Fue estrenado en abril de 1993 en el salón de actos del Colegio Mayor de África en Madrid que se llenó a rebosar. Le siguió un vivo debate entre el público asistente, moderado por especialistas europeos y congoleses.
Aquí la primera entrega:

 4:16,39

jueves, 26 de septiembre de 2013

Minkandá - ODZALA, cap XVII (clip 08:36,39)

Tengo para mí que aquel fue un día irrepetible,

uno de esos en que la diosa fortuna te muestra
un panel de vida
hasta entonces solo soñada

 
 
08:36,39

miércoles, 25 de septiembre de 2013

lunes, 23 de septiembre de 2013

MINKANDÁ, Cap XVI ETOUMBI (clip 02:34,13)

Transcripción literal de
Cuadernos de un Gran Viaje
 (Clip de vídeo:
abajo, al final)

Imposible. Posturas inverosímiles. No tengo memoria de haberme lavado todo el cuerpo en una palangana pero en Etoumbi no disponemos de agua corriente. Te asomas por la ventana, tiras el agua y tienes una veintena de ojos que te miran. Te sonríen porque esperan que les digas algo. Lo que sea, algo. Y el retrete un tabuco, oye. Chiscón enano: antes vas a un grifo -lujazo, mira- a llenar un cubo de agua. Colocas una toalla de baño y tienes una puerta. Es todo tan fácil ... ¿qué más necesitas, papel? si crees que viajamos sin eso no has sido nunca un 'blanco' allá.
 
Encendemos con mucho miedo una bombona oxidada (había estallado otra igualita un par de semanas antes): de milagro no murió un compañero. Nos preparamos una especie de macarrones a los que añadimos lo que tenemos a mano. Calentamos carne de gacela.


Resulta que Mamá Therése ha traído mandioca para comer en un sachet con sumo cariño. Qué ataque de risa cuando vemos a Mamá busca que te busca angustiada entre los bártulos de viaje. Le pregunta José:
 
- Pero, chica ... ¿qué buscas? Dice ella:
- Mi mandioca ... José se pone blanco.
- ¿No será una mandioca que acabo de dar a un pobre? Ahora ella se pone blanca (o sea, los ojos rojos).
- Eh, mi manioc ... ahora ¿qué como yo, eh?

Así que invitamos a Mamá Therése a compartir con nosotros unas pitanzas que alaba mucho (qué suerte que José regaló su manioc ) porque está todo pero que tan bueno!


Los nativos son muy expertos en apariciones. No los ves llegar, no trates de averiguar cómo ellos ... déjalo, no pierdas tiempo. Merodean sin cansancio con algún tipo de recado importante a las horas de la comida. Ríen mucho, hacen gracias, ceremonias mil. Acaban desayunando con nosotros o comiendo algo en un plato mientras se dilucidan "muy trascendentales asuntos".

Oh, sí, de vida o muerte.
 
En la casa parroquial de Etoumbi tampoco hay luz eléctrica. Aprovechamos la batería del coche para encender un par de tubos fluorescentes. Comparada con el resto del poblado, la casa es de alto standing. Mamá Therése me enseña todo Etoumbi, 11.000 habitantes. Ambiente mucho más cosmopolita que el de Kellé y la gente no tan "cazadora",  de mente más abierta, más moderna. Dónde va a dar!
 
Recorro las salas de un hospital. Me introducen en una habitación en la que yace un viejo muy enfermo: el olor a carne podrida me resulta imposible de soportar. Aguanto el tirón como puedo, lo saludo y le deseo pronta curación. Hay dos mellizos con su mamá al lado en la maternidad (las llaman mamá mapanza). Mamá Therése les regala dos pastelillos hechos por ella que ha traído para ir vendiendo por el camino a 10 Fr. CFA (4 PTA). Deposita unas monedas en un frasco de cristal porque da suerte. No hacerlo acarrearía disgustos inimaginables para un mondele (blanco, siempre se dirigen a mí así). Tú no tienes que hacerlo, mondele -me dice-,  a ti no te afectan estas cuestiones de mapanza (!).
 
Después de cruzar el Likouala en una plataforma de hierro flotante accionada por un sistema arcaico de cables, nos dirigimos a toda velocidad a Mbomo por buena pista. No queremos llegar de noche. Con cuidado pero lanzados, a más de 30 km/h. En África muere más gente en accidentes de tráfico que de sida, malaria, etc., y cuando ocurre uno de ellos salen huyendo despavoridos en cualquier dirección. Lo de menos es hacia dónde.

Vamos en silencio, a esas velocidades es preferible.
Nos hospeda en su casa una mujer con hijos y separada (es decir, una mujer como la mayoría de ellas).  Sin luz, sin agua, sin camas (como la totalidad de ellas). Lo primero lo solucionamos con velas. Lo segundo con bidones que traemos desde Kellé. Lo tercero con dos catres plegables que viajan con nosotros por si se avería el todoterreno y te pasas una noche –o dos- al raso esperando a que pase por ahí otro loco como tú: hay locos, claro que sí, pero de esa clase apenas existen y encima apenas viajan.

La casa en cuestión es un almacén destartalado de esos que se usan para trastero de casa rica de campo. El techo, de latón (tôle, dicen en francés). Los cinco hijos de la mujer abandonada por su marido comían en el suelo del pasillo o en minúsculos taburetes. El único mueble de toda la casa es una mesa muy grande con bordes de tipo isabelino (!). Mientras comíamos sin remilgos ni miramientos y como se podía sobre dicho mueble desvencijado -aunque palaciego-, he aquí que se asoma un pobre por uno de los ventanucos.
 
Decir un pobre es no decir nada. Te  puedes imaginar. Aquí todos son pobres, todos piden más o menos, con mayor o menor sutileza. José, que ya lo conocía, trata de entretenerlo. Le da palique a ver si se marea y se marcha Qué ingenuo pareces a veces José, o que ya sabes demasiado. Al fin, le regala nada menos que ... una lata de sardinas !

Vaya pedazo de regalo. Por una de esas latas te acuestas con la más guapa del lugar las veces que te de la gana. Todo un tesoro, lo sé y tú créetelo.
 
Pegajosos hasta dejarlo de sobra. Como no tienen nada pues así son. José se cabrea, los echa, los aparta. Ya no sabe dónde meterse, les habla en castellano para que no le entiendan, les dice que no y que no. Luego, que bueno ... anda, toma.
 
Cada vez que llegamos cansados, polvorientos y sudorosos del tío-vivo incierto de una pista y empezamos a de­sempaquetar nos rodean alborozados: se presentan con muchos saludos, apretones de manos. Siempre llegan muchas ancianitas a pedir confesión. Me agarran del brazo. Es su forma de saludar:
 
Mbote, mbote na yo, mondele, sango nini, ozali nini. Tala, mpio mingui awa (hola, blanquito, hola, ¿qué tal, cómo te va? Ya ves el frío que hace por aquí ...!): 22º, para ellas un horror.


Algunas vienen a que José les de un rosario de plástico. Ya no pueden, es que no pueden estar más tiempo sin ellos; así  no hay quien viva.

Aquellas tienen gran urgencia: un escapulario pero ya mismo.

La otra, que me bendigas -por favor te pido- esta botella de agua.

La de más allá, que vengas a toda prisa, pero corre, que mi choza está lo que se dice abarrotadita de espíritus.

Unos -del consejo parroquial-  que a ver cuándo se pone en marcha una cooperativa. De lo que sea, da igual.

Este, que -por lo que más quiera, por el mismísimo Dios vivo- necesita una plaza en la baca del coche pues ha de visitar a un -supuesto, falso- pariente enfermo.

- Pero, chico, ¿dónde está tu pariente?
- Y yo que sé, ¿por qué tengo yo que saberlo, a ver?, pues ya me enteraré por el camino. Vaya problema ...!
 
Mira, oye, José ya no puede más. En perfecto castellano, nada menos que del reino de León, explota gritando:
 
- ¡Dejadme en paz de bobaditas, eh! ... dejadme en paz de bobaditas!
- Jaaa, ja, jaaa ...!

Una estruendosa carcajada estalla espontánea. Mon père se ha enfadado un poquitín. Claro, está muy cansado del viaje. Es por el viaje, sí, sí. Pero nos ha dicho a todo que sí! Qué bueno es mon père, qué buena suerte nos trae siempre mon père.
 
Volviendo al asunto -muy crucial, trascendente si alguno lo es aquí- de las sardinas enlatadas. Los espabilados hijos de la dueña de la casa no quitaban ojo a la latita de marras. Atentos a la operación y  aguantados para no espantar la pieza ni despertar sospecha. En cuanto el pobre tonto se aparta del ventanuco con su tesoro en las manos -repito, tesoro-, fiuuu ... dispara­dos como cohetes, oye.

Lamentos, quejas, protestas ahogadas, cuatro patadas ahí fuera ... pim, pam ... pim, pam.

Se acabó. Silencio sepulcral. Ni el vuelo de un mosca se oye. De verdad. Diez segundos mal contados. Todos otra vez de vuelta en el pasillo: no ha sido nada, tranquilos todos.

Los veo sentadi­tos ahora ya, tranquilos ellos, trajinándose la susodicha lata. Cuidado, calma y esmero, que esta clase de reparto ha de hacerse muy bien o acarrea problemas. Cuando por la noche les pregunto por su acción de comando operativo bien entrenado, me contestan sorprendidos que todo lo ocurre en su casa -o en sus extensos, muy extensos alrededores- es controlado por ellos (que es para ellos, vamos, hablando en plata; y ni mon père ni ma mère que valgan).

Otro ejemplo más de su muy alta preparación cinegética ya desde jovencitos.
 
Al anochecer asisto a una misa en una medio iglesia a medio hacer. O que me dicen que es la iglesia. Es igual, lo que sea. Como no hay dónde sentarse, permanezco en pie. Pero una mujer me acerca enseguida un ladrillo que tenía ella para sentarse. Con una sonrisa le doy las gracias. No puedo aceptarlo. Pues faltaría más, hombre. Voy yo a ... ¿Sí? que te lo has creído: Eva-Blonde -que ha venido desde Etoumbi con nosotros, hija de Leoní-  me advierte de inmediato al oído:

- Oh, no, no hagas eso, mondele, sería un desprecio fatal, siéntate.
 
A la salida me dicen que vendrá con nosotros al Parque Nacional de Odzala. Me alegro porque es muy coqueta, seductora. Ha estado en Bulgaria y Rumanía cuatro años con una beca para aprender patinaje sobre hielo (!) y está loca por regresar a Europa. Sólo espera que su padre le envíe el dinero del billete. Él está separado de su madre y vive en cierto paraíso europeo.
 
Acababa yo de tener precisamente una conversación muy reveladora con su madre -Leoní se llamaba- en Etoumbi. Me pareció una mujer atractiva. Le mostraba yo la separación que observaba tan radical entre hombres y mujeres en el Congo en general, y allí mismo donde nos hallábamos hablando en particular.
 
- Mira, veo ahí a tus amigas todas juntas, y aquí enfrente a los hombres.
- Sí, es la costumbre.
- Pero en el matrimonio también funcionáis así.
- Sí, nosotras servimos al hombre.
- Vosotras sois cristianas.
- Claro.
- No tan claro, el cristiano sirve por amor. Entre esposos es lo mismo. Se me queda mirando perpleja.
- Ese amor del que hablas es cosa de intelectuales. He oído hablar de esa forma de quererse. Sé lo que dices, pero eso es para 'intelectuales'.
- ¿Piensas que Jesucristo hablaba para intelectuales?
- Oh, no, para gente sencilla.
- ¿Entonces?
- Está bien, de acuerdo. Te lo confesaré: nos sentimos sus esclavas. Las mamás ya muy mayores, no. Pero esas amigas mías que están ahí sentadas te lo reconocerían todas si se abrieran a ti. ¿Qué podemos hacer? Es la tradición.
- Quizá podríais luchar contra ella puesto que además no es cristiana.
- Luchar ... ya, luchar…
 
No olvidaré nunca la mirada con que hemos cerrado esta conversación, mezcla de cariño inmenso, gratuito. Y a la vez un abrazo hondo, muy personal, un grito mudo de socorro. Joder, lo que me ha dolido esta mirada. De las que te dejan cicatriz, coño. Había hablado en Etoumbi con una niñita muy dulce, muy pausada: resulta que era hija de ella y de otro padre distinto. Se llamaba Leoní esta mujer como digo, en fin.

Esta noche en Mbomo intento conciliar el sueño tumbado sobre mi catre portátil en aquel cuartuco. Atento al susurro de los hermanos y hermanas de la casa que entonan a coro melódicas oraciones antes de dormirse, run run sss ...  run run sss ... run run sss ...
 
La tenue lumbre de una lucecilla que cabrillea desde el pasillo en una lamparilla de petróleo se filtra oscilante por entre las rendijas de unas tablas que hacen de puerta del negro cuchitril. Cuchitril y negro. Esa noche my home, sweet home.

De madrugada saldremos para un safari de ojeo. Excitado más que agotado por el cúmulo de vivencias venidas y por venir, ya es que no puedo más: caigo, al fin, profunda, muy profundamente dormido. Mañana amanece temprano.
 
 Y tú, si has llegado hasta aquí, relájate un poco también.
 
Anda, escucha y mira, que

"los ojos siempre son niños",

como decía la anciana madre de mi buen amigo Filo
 
02:34,13

viernes, 20 de septiembre de 2013

MINKANDÁ, Cap. XV (clip, 1:49,02)


Tengo para mí que estas poblaciones ponen bastante unción en lo poco que tienen. Abarrotadas todavía de la mejor especie de homo sapiens.

En cierta contraposición -sin exagerarla- con los habitantes de las tierras septentrionales que habito, donde domina el homo œconomicus campando por sus respetos (el respeto forma parte de esa frase hecha que jamás entendí). Y temo el contagio del homo sapiens.

 

Nos infunden lástima. Carecen del confort de que disfrutamos los mindele. Medimos sus vidas con la vara del dinero.

El resultado algorítmico resulta hilarante.
 
Nos dan micropena. Respondí a un grupo de jóvenes con la cifra de mi sueldo mensual. Deseaban saber ellos. Algunos reían, a otros se les saltaban las lágrimas: ganaba yo en un mes mucho más que los poquísimos trabajadores nacionales en siete años.

Solo escuché una vez la palabra chômage (paro). Nosotros hablamos de los parados: son la excepción. Ellos de los que trabajan: son la excepción.

......    ......

Me permita mi querido lector una confesión en la publicación de este monkandá (así en singular -minkandá en plural-, y siempre pronunciado como palabra llana, no aguda): guardo bajo llave una biblioteca secreta de imágenes. Cuando las necesito, ellas me sumen en el éxtasis. Te voy a enseñar unas que conservo sobre atril de guadamecí y oro repujado. Nos tenemos acendrado cariño.

Estudio cada cm2 de cada fotograma. Ese ritmo de la danse des filles servantes à Etoumbi. Amagos de hacer como que ya vienen pero como que se quedan. No, no, no: que seguimos y vamos todas juntitas en regardant les pieds de l'autre.

Esos peinados -cielos, qué peinados!- y esos preciosos culos adivinados. Ni siquiera insinuados. Me comería sus pies todos: muy despacio, uno por uno. ¿Que exagero?, tú no me conoces.

Titubeos. Movimientos adolescentes, sí pero firmes, contenidos, cadenciosos: dosifican pero con esplendor. Sus errores: errores divinos de mis niñas servantes de Etoumbi que valen más que mil aciertos de mierda. Umm ...!, la unción de que te hablaba ahí arriba. Dicen los que creen entender que "llevan la música en la sangre". Nada más falso: es la música la que lleva sangre de africano en las escalas de sus sonidos.

E come risulta veramente povero il Teatro alla Scala da Milano in confronto. Cada gesto, una mirada medio perdida por aquí. La tonalidad de los pétalos, textura de los frutos. Un éxtasis, te lo avisé. Y la música: eso ya sí que no es de este mundo: la unción que te decía y ya me callo. Perdón.

Acabo, solo esto. Mira, lector, qué curiosidad la tuya, qué valor de leer hasta aquí. Te admiro. No hagas caso, sigue tu camino. No te dejes seducir. Estás a tiempo. Para mí ... para mí ya no hay salida. Te lo advertí en el Cap. II, allí escribí: "cuando quieras reaccionar será tarde, mil sonrisas seductoras te habrán atado a su suelo y serás otro Gulliver inmovilizado por la elasticidad de unos hilos que tiran de ti".

(Mis íntimos -si vieras cómo lo siento por ellos que no tienen culpa alguna, créeme, y me quieren lo que no está escrito- desesperan ya de encontrar alivio a lo mío aunque siguen buscándolo. Lo estamos perdiendo -se lamentan-; qué lástima, añaden. Es esa unción de que te hablaba ahí arribita la culpable. No la única culpable -qué va- pero sí una de las principales. Tendré problemas. Y si no, al tiempo).

En fin, allá tú ...
download anyway
(o Descargar de todos modos, que ya ni sé)
¡ Suerte !
 
1:49,02

Nota núm. 1  Los precios eran y son similares a los nuestros.
 
Nota núm. 2  Me he permitido la licencia de hacer mía la teoría homo sapiens vs economicus de Fernando Esteve Mora, profesor de Teoría Económica de la UAM, en un artículo suyo que conservo, Hombres (poco) económicos, EL PAÍS, 20 sep 2013. Estaba bien formulada, tanto que ni yo mismo -que formulo muy bien, con esfuerzo y después muchos años de intentos fallidos- lo hubiera hecho mejor.

La última nota, creo  Si en los días grises, anodinos, mantenemos una pizca de humor, la trocha por la que vamos no es mala. Puede que no.